Cuenta Borges, en una de sus biografías infames, la
siguiente historia (que dolorosamente me veo obligado a injuriar en un
resumen): Roger Charles Tichborne, militar inglés criado en Francia, mayorazgo
de una de las principales familias de Inglaterra, perece en el naufragio del
vapor Mermaid. Lady Tichborne, su
horrorizada madre, rehúsa creer en su muerte y le reclama mediante avisos en
los periódicos de más difusión. Uno de esos avisos cayó en manos de Tom Castro,
en las lejanas tierras australianas. Tom castro había nacido en Wapping,
distrito londinense, inscrito en el registro de nacimiento con el nombre de
Arthur Orton; y tras emigrar a Sudamérica, había adoptado el nombre de Castro
de cierta familia que le otorgó sus favores en Valparaíso;
recalando finalmente en Sidney, siempre con este adoptado nombre.
Pues bien, Arthur Orton, alias Tom Castro, leyó el aviso
de Lady Tichborne, y concibió el proyecto genial de hacerse pasar por el hijo
desaparecido. Orton, hijo de un carnicero, había conocido la miseria de los
barrios bajos de Londres, lo cual explicaba su carencia de instrucción, era
casi analfabeto. Era un palurdo desbordante, de vasto abdomen, rasgos de una
infinita vaguedad, cutis que tiraba a pecoso, pelo ensortijado castaño, ojos
dormilones y conversación ausente o borrosa. Además, Orton era persona de una
sosegada idiotez, confusa jovialidad, permanente sonrisa y mansedumbre infinita,
a lo que unía una inmejorable ignorancia del idioma francés.
Po su parte Roger Charles era un esbelto caballero de
aire envainado, con los rasgos agudos, la tez morena, el pelo negro y lacio,
los ojos vivos y la palabra de una precisión ya molesta, hablaba inglés con fino
acento de París y despertaba ese incomparable rencor que sólo causan la
inteligencia, la gracia y la pedantería francesas.
Pese a todo, Lady Tichborne acogió hasta su muerte al
hijo pródigo.
Tal es el poder de la piedad maternal, la soledad
abismal, el desconsuelo, la gravitación de la ausencia y la nostalgia sin
límite.
Pues bien, como no puedo sustraerme a establecer
paralelismos, porque el instrumento de nuestro raciocinio es la asociación, los
llevo también a lo biográfico, procurando emular a Plutarco, aunque en un plano
más acorde a mis méritos, es decir, el de la guasa trascendente. Además,
ciertos personajes, carentes de grandeza, no merecen ser analizados bajo otra
perspectiva que la de los espejos cóncavos.
Así pues, entrado en tales ejercicios, Zapatero, al
poco tiempo de su salida a escena, ya me recordaba, y así lo escribí, a Arthur Orton (a) Tom Castro, por su
desfachatez, por su desmedida intrepidez rayana en la temeridad, hija en él, en
Zapatero, más de su delicada estupidez, de su estolidez y falta de reflexión
que del valor; y también, como el personaje, por su confusa jovialidad, su
permanente sonrisa, su mansedumbre infinita, y su inmejorable ignorancia del
idioma de Shakespeare. En definitiva, me parecía la encarnación del paradigma
borgiano de la impostura.
Estaba equivocado. El paradigma de la impostura no era
Zapatero, es Rajoy, porque Mariano usurpa a Zapatero. Rajoy es el fantasma de
zapatero, como Orton lo era de Roger Charles. La suprema impostura, la
excelencia, hacer al impostor víctima de la impostura.
Tuve la certeza esta semana, cuando leí en la prensa
que Rajoy (y su Gobierno) consideran a ETA liquidada. Precisamente ahora, que
con su calculada falta de iniciativa le están dando alas. Precisamente ahora,
que el tribunal más desprestigiado de la Nación desde la expropiación de
Rumasa (que ya es mérito haber mantenido
tal distinción hasta la fecha, con la competencia que hay), ha legalizado las
marcas terroristas. Precisamente ahora, cuando los oráculos predicen el
encumbramiento político de ETA, que ya controla numerosos ayuntamientos vascos,
entre ellos el muy emblemático de San Sebastián y la Diputación foral de
Guipúzcoa.
En ese contexto, encontré explicable que Rajoy
sentenciara que la realidad le impide cumplir su programa electoral. La
realidad tozuda y pertinaz se resiste a plegarse a un desiderátum. La realidad
osa rebelarse contra el líder. ¡Quién se habrá creído que es –la realidad-, no
sé dónde vamos a llegar!
Se trataba de la misma cosa: la casta política vive
ajena a la realidad. Un abismo infranqueable los separa. Hace tiempo que se
divorciaron. Los políticos hablan otro lenguaje, habitan otro mundo (Zapatero,
ni siquiera sabía el precio de un café), viven –bastante bien, por cierto-
ocupados en sus entelequias, dando la espalda, el final de la espalda, a la
ciudadanía. Están enajenados, en el sentido de que entienden la realidad de un
modo distante, la perciben como algo ajeno a su propia existencia. Como un
opuesto, como un otro.
Esta alteridad con que conciben su relación con el
universo, yo la llamo síndrome de Mr. Chance, personaje de la novela “Desde el
jardín”, que protagonizó en el cine Peter Sellers. Chance, era un personaje
entrañable, un delicado ignorante, un tierno imbécil, un bobo solemne -por usar
el calificativo que Rajoy le colgó a Zapatero- que no sabía nada del mundo
porque nunca había salido a la calle, ni había tenido trato social. Sus
conocimientos sobre la vida los había adquirido exclusivamente de la televisión,
a la que era adicto. La realidad, como a nuestros políticos, le era ajena.
Me di cuenta, entonces, que Mariano padece el síndrome
Mr. Chance, y esa enajenación ha sido la causa que lo ha inducido a suplantar a
Zapatero. Mantiene sus dislates políticos, imita sus políticas, y practica,
como buen gallego, el “dontancredismo”.
Ante tal situación, nosotros hemos reaccionado del
mismo modo que Lady Tichborne; estamos piadosamente entregados y predispuestos
a aceptarlo. Después de todo, estamos viendo que las diferencias entre uno y
otro no son tan notables.
Cualquier día, el azar bromista hará coincidir deseos
y realidades. Pajín o Montoro, anunciarán otra gran conjunción astral, que dará
origen al nacimiento de Mariano Zapatero como presidente vitalicio del partido
unificado: el Ppoe. El viento, dueño de la tierra y portavoz de los planetas,
susurrará a nuestros oídos: “esto es lo que hay; si así lo deseáis, así será
por mucho tiempo”.
Max estrella, cesante de
hombre libre.
Septiembre, 2012