Me
gustaba el movimiento hippie. Paz y amor. Sólo eso, dos cosas imposibles. Y
aunque practicaban un cierto parasitismo social (la única materia prima que
eran capaces de producir era la marihuana), lo hacían de manera indirecta. No
aspiraban a engancharse a la teta del Estado –al que ignoraban-, y denostaban
el consumismo. Pero, sobre todo, la libertad estaba en su credo, y en su
práctica. Bien es cierto que olvidaban que la verdadera libertad –hija de la
razón y la moral- es hermana siamesa de la responsabilidad. No obstante eso, a
mis ojos, quedaban redimidos.
Me
gustaba el movimiento perrofláutico de los indignados cuando, como los hippies,
pidieron en su “manifiesto fundacional” lo imposible: la felicidad universal
obligatoria. Ahora han puesto los pies en la tierra y no encuentro nada en
ellos que me agrade. Y, además, jamás hablaron de Libertad. Éstos, al contrario
que los hippies, no quieren libertad. ¿Para qué?, como dijo Lenin. Éstos, no es
que pidan, exigen (no olvidemos que están indignados). Piden una paguita del
Estado; piden casa (con piscina, como la del principito, el de aquí) en
propiedad a ser posible, si no, en alquiler subvencionado -como los altos
cargos de la Junta-; piden servicios gratuitos o subvencionados; y, excepto algunos,
no están dispuestos a dar nada. Todo eso tendremos –como ahora- que pagarlo
otros. Al contrario que los hippies, parece que aspiraran a adherirse a la ubre
estatal, como sanguijuelas.
Su
ideario –llamémosle así- se reduce a una sarta de consignas huecas y rancias; a
una mera yuxtaposición de lugares comunes, como ya han dicho otros antes que
yo.
Y
lo que se aparta de esa descripción, o bien se parece demasiado al paraíso
terrenal, que ya conocieron (y no quisieron) otros privilegiados conciudadanos
del mundo (y que, incluso, algunos disfrutan todavía, a su pesar), con lo cual
no resulta extraño que desde el poder (socialista) y desde los partidos
simbiontes de éste, se vea con simpatía el movimiento; o bien, son propuestas
que otros, con mejor conocimiento, con más fundamento, con más esfuerzo
intelectual -y, en algunos casos, con valor, casi con temeridad, y sacrificio
personal- y, desde luego, por desgracia, con menor eco, vienen defendiendo
desde hace décadas. Clamando, como aquél, en el desierto. Y, no sólo eso, sino
padeciendo, además, las injurias del poder –la persecución, incluso- y el
descrédito social, ante el silencio –si no el aplauso condescendiente y la
complicidad- de buena parte de estos indignados. No los nombro –son numerosos
pocos-, pero muchos sabemos quienes son, y los admiramos.
Y
es que esta no es la forma de pedir lo razonable; hay otros modos. Lo razonable
no se pide así; así sólo se pide lo imposible. La libertad no puede imponerse
por la fuerza. El paraíso no se impone. Ya no me gustan.
Como
Calígula –según Albert Camus-, he sabido –aunque tardíamente- que los hombres
mueren y no son felices. Que el mundo tal
como está no es soportable. Estamos rodeados de mentira, y no hay redención
posible. O, sólo la hay en lo imposible.
Creyéndolo
así, yo, como él, quiero la luna. No renuncio a la luna. A la luna de los reyes
y los ladrones; a la luna errante de Horacio; a la luna sangrienta de Quevedo;
a la sangrienta luna apocalíptica; a la luna asustadiza y coqueta de Federico;
a la amorosa, fragante y olvidada luna borgiana; a la luna de Rosalía, muda y
sorda para los tristes; a la luna pitagórica, cíclica y periódica; ni a las
divagaciones lunares de Lugones, que nos dieron las lunas más bellas, extrañas
y afligidas: la de jarabe hidroclórico, pálida, flacucha y amarilla, la luna
fraternal, secreta e íntima, la luna enemiga, hostil y ponzoñosa, la luna de
las flébiles congojas. Ni, tampoco, a la luna posible de los sueños imposibles.
Fatigado
por el peso riguroso de la existencia, cansado de las cosas de este mundo
(“fessi rerum”, como dice Virgilio en uno de los hermosos hexámetros de la
Eneida) y golpeado, como todos, por la pérdida, que siempre deja vivas
cicatrices dolorosas, en casi nada creo y nada espero. Mas no renuncio, sin embargo,
a la Utopía (Utopía, ¿con qué nombre podemos hoy reconocerte?). Entretanto,
mientras llegas, te nombro luna.
Luna
necesaria, proteica y solitaria –como Dios. Luna de los poetas y los necios
ingenuos, yo te reivindico.
Max Estrella, cesante de hombre libre.
Junio, 2011.