PREGUNTAS DE UN JUBILADO QUE LEE

Hay días que, aunque uno pretenda vivir ignorante, el tufo pestilente de la noticia le abre los sentidos al mundo y lo obliga a reflexionar y a preguntarse. Esto me ha pasado al ver por casualidad, entre el aluvión de vídeos y documentos que uno recibe por guasap, un vídeo del europarlamentario Alvise Pérez, que me envió una amiga fecunda en tal tarea, y que cuenta de primera mano, en primera persona, mostrando los datos de su cuenta corriente, cómo la Eurocámara, además de su sueldo de parlamentario de 12.000 euros al mes, le ha ingresado mensualmente otros 12.800 euros -exentos de tributación a Hacienda- en concepto de dietas, ¡en un mes inhábil, en el que el Parlamento está cerrado!

Igual que sucede cuando se abre una botella previamente agitada de Coca-cola, después de dar paso a la indignación y liberar una buena porción de mala leche, aun siendo raro que, acostumbrados como estamos a tantos despropósitos y desmanes de la casta infame, algo nos sorprenda e indigne todavía, más calmado, digo, me abismo en la reflexión de que estamos gobernados -porque así lo hemos deseado, no se olvide- por una cleptocracia, esto es, por una banda de ladrones.

No ya la de los cuatro golfos, expresión con la que Chaves, el de aquí, nuestro Chaves, definió a la banda de los EREs.; ni siquiera las bandas partidistas que como sanguijuelas o garrapatas nos chupan la sangre, no. Me refiero a las propias instituciones públicas, son las propias instituciones, constituidas en banda de ladrones, las que perpetran el robo. Cleptocracia, pues.

Y en el espacio de esa reflexión, me hago algunas preguntas, que obviamente nadie responderá. Así, emulando el bello poema de Bertold Brecht “Preguntas de un obrero que lee”, las traslado a este papel para que el amable y desocupado y avispado lector las destripe, y alumbre algo de verdad en ellas, sin necesidad de respuestas, como hacía Sócrates mediante su mayeútica.

¿Son los políticos servidores de la ciudadanía; o, por el contrario, la ciudadanía está al servicio de los políticos?

¿Es razonable que el servidor goce de privilegios que no son dados al señor?

¿Acaso enaltece la imagen de un país que los servidores de sus instituciones gocen de privilegios inaccesibles al soberano –el pueblo- y vivan en el lujo mientras éste va descalzo o en alpargatas?

¿Cuántos más privilegios, ocultados a la ciudadanía, disfrutan esta casta infame, disimulados bajo la bandera de la igualdad?

¿Cuántos más privilegios y prebendas habremos de sufragar con nuestro esfuerzo y trabajo bajo el discurso de la dignidad de las instituciones?

Los indignados del 15M, hoy pisamoquetas en el Gobierno o en sus innumerables colonias, afirmaban que un salario público que superara en tres veces el salario mínimo era una inmoralidad. Ahora que tienen el poder (sí se puede, podemos) de corregir tal injusticia, ¿han cambiado ese estatus injusto e inmoral?

O, al menos, ¿han renunciado a tan inmorales privilegios?

¿Han cambiado las cosas, o han cambiado ellos?

¿Podríamos decir entonces que nos mintieron para que les votásemos; y que seguimos gobernados por una casta de privilegiados parásitos, de la que ahora ellos -los puros- forman parte?

¿Cuántos más atropellos nos esperan bajo el estandarte de la justicia?

¿Cuántos niños vivirán pobremente para que estos sátrapas vivan en el lujo y en el exceso?

¿Cuántos ancianos desatendidos, después de una vida entera de trabajo y sacrificio, para que a ellos no les falte un capricho?

¿A cuántos miles de pensionistas habrá que reducirles la mísera pensión para pagar a tanto Judas sus 30 denarios de plata?

¿Cuántos profesores habrá que despedir para pagar un solo mes de sueldo a estos sinvergüenzas inútiles?

¿Cuántos hospitales dejarán de construirse; cuántos médicos sin contratarse; con que unidad de tiempo llegarán ya a medirse las listas de espera?

¿Puede medirse el sufrimiento? ¿Cuánto sufrimiento ajeno cuestan los privilegios de esta casta abominable?

¿Cuántos barriles de lágrimas son necesarios para abastecer las bodegas de la Moncloa?

¿Por qué seguimos votándolos; será porque quien los vota no contribuye a pagar sus privilegios o recibe algunas migajas del expolio que otros padecen y sufragan, o es que son tan ingenuos, o tan imbéciles, que aún no han percibido el engaño?

¿Por cuánto, por qué cifra, hay que multiplicar las mentiras de los políticos para que se acerquen siquiera a la verdad?

Parafraseando a Gil de Biedma, todo en la política de este país de todos los demonios no es, sin más, mal gobierno, mentira y latrocinio, sino un estado místico del hombre, la absolución final de nuestra historia mas nuestra condena personal... ¿para la eternidad?

Septiembre de 2024