LA NUEVA NORMALIDAD


El lenguaje de este Gobierno constituye una prueba más, una evidencia, del delirio totalitario que lo arrebata. Freud y Lacan lo advirtieron: el lapsus, lo metafórico, la simbología, expresan la realidad del pensamiento y de los deseos. La neolengua, como dijo Orwell, de este incipiente régimen liberticida y neototalitario no puede ser más reveladora, e inquietante. Hablan ahora, incluso en el BOE, de la Nueva Normalidad –así con iniciales mayúsculas; otro revelador lapsus-, un oxímoron que pone de manifiesto, por un lado, la reivindicación de la realidad político-social precedente (normalidad: lo habitual y ordinario, lo que se hace, padece o posee con continuación o por hábito, según el significado que nuestra lengua –mediante la RAE y su diccionario- atribuye a tales términos)  al mismo tiempo que, de otro, promueve su rechazo y abolición (nueva: Distinta o diferente de lo que antes había o se tenía aprendido; Que se percibe o se experimenta por primera vez, según expone el DRAE). Todo muy acorde con lo que en la neolengua se define como doblepensar. Y en consonancia, también, con la concepción y práctica de todos los totalitarismos y sus déspotas: antes de su gobierno, la nada, el vacío; después de él, el caos –ya lo apuntó hace poco el ministro Delcy Ábalos: nosotros o el caos-.
La Historia empieza con ellos: la Nueva Normalidad (NN), se llama.
El Nuevo Régimen, va ofreciéndonos poco a poco indicios de lo que será esta Nueva Normalidad. Veamos algunas de esas señas de identidad:
En primer lugar, el autoritarismo, con tintes cesaristas, plasmado en el manifiesto desprecio al principio de separación de poderes y en el sometimiento de los otros poderes del Estado al poder ejecutivo y, particularmente, a los deseos del líder. Amén del ya clásico  Montesquieu está muerto y enterrao’, pero en esa línea, tenemos el nombramiento de la Fiscal General del Estado (Fiscal General del Régimen), la reforma de la Justicia para que las causas las instruyan los fiscales en lugar de los jueces, es decir, el propio Gobierno, mediante el sencillo mecanismo de controlar –designar y destituir- a la Fiscalía General y, ésta a su vez, a los fiscales mediante el principio de sometimiento jerárquico; o las andanadas a la Justicia de Unidas (Alberto Garzón: “el reaccionario brazo judicial”) Podemos (Pablo Iglesias: “togados de ideología reaccionaria”). En cuanto al Legislativo, aunque hace años que Alfred Groser advirtió que los parlamentos corrigen algunas veces, rara vez rechazan y comúnmente ratifican, este Gobierno autoritario va mucho más lejos y muestra su grosero desprecio a la Institución, y a los ciudadanos a los que representa (¿Usted ha visto un marido que le eche serenatas a su mujer?, dicen que dijo don José Sánchez Guerra, ante la petición de que dirigiera unas palabras a un grupo de sus electores congregados a las puertas del casino de Cabra, por cuya circunscripción era diputado electo), desprecio, digo, intentando, primero, su clausura durante el estado de alarma (mes de marzo, intento fallido) y luego limitando la acción de control y ocultando información esencial a los diputados.
Luego está el menosprecio al Estado de Derecho, al principio de legalidad, a la Constitución y las leyes. Unas cuantas muestras: “Calvo negocia con los grupos una prórroga del estado de alarma de un mes…” (Titular de El País del 12 de mayo; ergo no puede ser mentira); y, por cierto, fruto de su ignorancia o de su vileza para eludir responsabilidades y ‘socializar’ su inepcia y sus desmanes o, tal vez, de ambas cosas, afirmó también que “quien de verdad decreta la alarma cada 15 días no es el Gobierno; el Gobierno la propone, quien la decreta es la sede de la soberanía popular…”, una profesora de Derecho Constitucional que no se sabe la Constitución, cosa imperdonable, aunque no sea catedrática -estatus que sin embargo le atribuyen sus palmeros y que ella no desmiente, ni tampoco NewTrola-; lo cierto es que la Constitución establece meridianamente: “El estado de alarma será declarado por el Gobierno mediante decreto acordado en Consejo de Ministros por un plazo máximo de quince días, dando cuenta al Congreso de los Diputados (…) sin cuya autorización no podrá ser prorrogado dicho plazo.” Y como ni la Constitución ni la Ley reguladora establecen expresamente la duración de las prórrogas, más allá de decir que la duración será la estrictamente indispensable, se arrogan la potestad de establecer un plazo que la Constitución no contempla, olvidando un principio elemental del Derecho: que la interpretación de las disposiciones y preceptos de excepcionalidad o limitativos de derechos ha de realizarse restrictivamente. De donde se colige que el plazo de la prórroga jamás puede superar el determinado expresamente en la Constitución para su declaración.
En este afán de estar por encima de la ley, o de considerar ley la voluntad del Líder, también cocea el Gobierno el artículo 97 de la Constitución, que le atribuye la potestad reglamentaria. Contra lo que dispone, pues, la Constitución, los ciudadanos nos vemos pastoreados por órdenes ministeriales que nos imponen obligaciones, cargas y gravámenes e, incluso, limitan o modulan el ejercicio de nuestros derechos constitucionales, como si en vez de ciudadanos fuésemos súbditos o convictos o menores o funcionarios o cualquier otro tipo de persona sujeta a la autoridad ministerial por lo que se denomina en derecho relación de sujeción especial, en virtud de la cual el ministro estaría facultado para darnos órdenes o dictar reglamentos que nos obligaran. Una muestra más de desprecio despótico a la ciudadanía.
Con todo, no es eso lo más grave, lo más grave es el frenético ataque que este infame Gobierno está llevando a cabo contra las libertades y derechos constitucionales de los ciudadanos, en el que participan con abyecto servilismo los jerarcas policiales y los medios de comunicación –públicos y privados- bajo su control.
La relación de desmanes gubernamentales supera manifiestamente lo anecdótico, comenzando por el ilegal arresto domiciliario y toque de queda al que nos tienen sometidos, contraviniendo la letra de la Ley Orgánica reguladora de los estados de alarma, excepción y sitio, que expresamente dispone que el derecho reconocido en el artículo 19 de la CE, esto es, el derecho a elegir libremente el lugar de residencia y de circular por el territorio nacional, o libertad deambulatoria, sólo puede ser suspendido en el caso de que el Congreso autorice la declaración de estado de excepción. Sin embargo, el Gobierno, sin haberse declarado el estado de excepción y excediendo las facultades que le otorga la situación jurídica de estado de alarma, decretó la suspensión de la libertad deambulatoria contra lo dispuesto en la Constitución y en la Ley Orgánica 4/1981, cuando ésta solamente le autoriza a limitar tal derecho en horas y lugares determinados, y no en todo el territorio nacional todo el tiempo, esto dice el artículo 11: “…el decreto de declaración del estado de alarma, o los sucesivos que durante su vigencia se dicten, podrán acordar las medidas siguientes: a) Limitar la circulación o permanencia de personas o vehículos en horas y lugares determinados, o condicionarlas al cumplimiento de ciertos requisitos.” En la misma línea despótica, hemos visto en un difundido vídeo cómo la policía allanaba sin orden judicial el domicilio de unos ciudadanos, actuación sólo admisible en la situación de estado de excepción para supuestos de investigación de hechos presuntamente delictivos y con una serie de garantías que ni siquiera en el caso que cito se observaron.
Y luego están los reiterados ataques a la libertad de expresión, es decir,  “a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”, tal como consagra el artículo 20 de la Constitución. El primero que dio el cante fue el jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, cuando en rueda de prensa afirmó: “Otra de las líneas de trabajo es también minimizar ese clima contrario a la gestión de la crisis por parte del Gobierno.”; luego dijo el Gobierno que fue un lapsus. Exacto, un lapsus. A continuación la ministra Celaa aclaró el significado del lapsus: “No podemos aceptar que haya mensajes negativos, en definitiva falsos”. Está claro, pues.
Por otra parte, gracias a las modernas tecnologías de los teléfonos móviles y a las redes sociales, hemos podido conocer cómo las brigadas policiales de la NN, cumpliendo órdenes ilegales de sus mandos profesionales y políticos, impedían a los ciudadanos mostrar símbolos de rechazo o crítica a la gestión del gobierno, incluso aunque estos fueran los símbolos constitucionales del Estado, como son la bandera o el himno, y les obligaban a borrar las grabaciones realizadas, para impedir su difusión en las redes sociales y en los medios de comunicación libres. Es natural que en tales circunstancias no nos sorprenda que el Gobierno -esta vez le tocó el papel de censor al ministro Castell- instigue la censura gubernamental: “Hay que intervenir las redes sociales… si no se intervienen las redes sociales tendremos un problema muy grave.” No han escatimado en tal empeño censor ni la amenaza a los insobornables ni el cohecho a los predispuestos.
Y, por último, caracteriza esta Nueva Normalidad desde sus inicios la opacidad y la mentira. No hay comparecencia del Líder carismático ni programa de ¡Aló presidente! en que el führer de la NN no suelte alguna mentira: desde los famosos test homologados a los rankings o a las felicitaciones internacionales por su gestión. Pero peor es –dado que de un doctor en fraude no puede esperarse otra cosa que mentiras- la opacidad, incluso respecto a los representantes del pueblo soberano, a los que se niega información esencial para el desempeño de su labor parlamentaria. Así, hemos constatado cómo este Gobierno gris y opaco cerraba el Portal de Transparencia, a la vez que cínicamente afirmaba que no estaba cerrado, sino suspendido sin fecha de reapertura. Y en esa línea de ocultar a la ciudadanía y a sus legítimos representantes información relevante –como, por ejemplo, documentos de diferentes instituciones que alertaron sobre la gravedad de la pandemia-, este Gobierno infame, corrupto e incapaz se niega informar sobre la identidad de los contratistas, de los integrantes de comités que ejercen funciones públicas, del número real y naturaleza de los test realizados, y, lo que es muchísimo más grave, del número real de contagiados, de ancianos fallecidos en las residencias de mayores y del número total de fallecidos por causa del coronavirus. Tal es este Gobierno, y un anticipo de lo que nos espera.
¡¡¡Bienvenidos a la Nueva Normalidad!!!
Negro mayo de 2020