Lamento en el alma decir, con la fervorosa devoción que le profeso, que Plutarco se equivocó cuando se le ocurrió emparejar en sus Vidas paralelas a Alcibíades y Coriolano. Estoy convencido de que Plutarco compartía, en el fondo de su sentir, esta opinión mía. Es el propio Plutarco quien señala que la carencia en Coriolano del don de la persuasión hizo que sus hazañas y sus méritos resultaran molestos incluso para los propios beneficiarios, que no podían soportar su petulancia; en tanto que en el caso de Alcibíades, al abrigo de su simpatía y trato amistoso, les eran disculpados sus errores, pese a los perjuicios que causaban a la ciudad y a sus habitantes. Y, así, concluye Plutarco, al uno sus conciudadanos, ni aun recibiendo males, fueron capaces de odiarlo, y al otro, aunque lo admiraban, nunca le fue dado hacerse querer.
Lo que quiero decir es que Plutarco manifestaba ciertos escrúpulos en la comparación; y, por tal razón, no se hubiese molestado, además, en justificarse preventivamente, pues ya se sabe que excusatio nom petita… Considerándolo de esa manera, podemos comprender entonces que afirmara que, a su juicio, no era cierto lo que muchos otros sostenían: que Gayo Marcio Coriolano fue una persona sin doblez y franca, en tanto que Alcibíades era un hombre falso y sin escrúpulos en la política. Y reprochaba agriamente a Coriolano que después de haber tratado sin conmiseración las súplicas públicas, los ruegos de los embajadores y las plegarias de los sacerdotes, sucumbió, sin embargo, a la imploración de Volumnia, su madre, y que tal cosa no fue honrar a su madre, sino deshonrar a la patria, salvada por la piedad y la intercesión de una sola mujer, como si no mereciera salvarse por sí misma. Es decir, que antepuso al de su patria el amor a su madre. En aquellos tiempos, la jerarquía de los afectos debió ser del modo y manera en que lo señala Plutarco, o, tal vez, lo que sucede es que éste no encontró otra cosa peor que reprocharle que querer a su madre por encima de todo.
Pero, volviendo al principio, digo a lo de su error en el emparejamiento, Plutarco no hubiera podido subsanarlo aun deseándolo, porque el auténtico sosias de Alcibíades aún no había venido al mundo. Mas no es cosa de dejar privado de pareja y solitario a Alcibíades, y fastidiarle a Plutarco sus Vidas paralelas; y como todos los errores -salvo los de los médicos, que ni los milagros de la naturaleza pueden enmendarlos, como queda anotado en El destino es chambón- pueden ser corregidos, la historia nos brinda ahora una magnífica oportunidad para rectificar el yerro de Plutarco. La solución de este asunto está en manos de la negra de Sánchez, Irene Lozano. La pobrecilla se lamentaba en La Secta de que la gente la alude como la negra de Sánchez, o como la bienpagá; si fuera tan leída como desvergonzada y ambiciosa, sabría que el diccionario de la Real Academia define el vocablo, en su decimoséptima acepción, como la persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios, y no tendría motivo para quejarse. Claro que lo que sobrepasa dicha definición es el hecho de que la negra, además, es una bienpagá; que ha sido retribuida no con el dinero del biografiado sino con el nuestro, el de los contribuyentes. Y, así, ha ido pasando de sinecura en sinecura, de canonjía en canonjía y de chiringuito en chiringuito -de la misma manera en que fue saltando de partido en partido hasta anclar sus posaderas en el podrido Psoe de Sánchez- hasta recalar en el momio que actualmente parasita: la Casa Árabe, a razón de más de cien mil euritos anuales, que no los gana un abogado del Estado, salvo que sea, como todos estos, un sinvergüenza. ¡Hay que ver las cosas que se inventan estos ladrones para sacarnos las perras del bolsillo!
Y es que Sánchez y su negra tienen ahora la oportunidad de reescribir el relato de Plutarco: Vidas paralelas, Alcibíades-Perro Sanxe, autor Pedro Sánchez; total, si lo hizo con la tesis doctoral, ¿quién habría de quejarse?, no será Plutarco. Porque resulta que en el fondo Perro Sánchez se parece infinitamente más a Alcibíades que Coriolano. Eso sí, para hacer justa la semejanza, habría que despojar a Alcibíades de su grandeza, que la tuvo, y no exponer de Sánchez otras taras y vicios que, pese a tener muchos y muy notables, no lograron reunir ni Alcibíades ni Coriolano, como, por ejemplo, su tosquedad y amor propio, pues no hay cosa en este mundo a la que Perro Sánchez ame más que a su propia persona, ni siquiera a su madre, si la hubiese tenido.
Juzgue el lector, si no:
En lo que respecta al físico, nos hallamos ante dos guapos de campeonato: ...sin duda no hace falta decir sino que su belleza floreció en todas las edades de su vida. ¡Qué guapos los dos!
En cuanto al carácter, señala Plutarco como rasgos sobresalientes del de Alcibíades -y yo, sin quitar una coma, afirmo que son los mismos que definen el carácter de Sánchez- que era soberbio, vanidoso, usurpador de méritos y honores ajenos, muy inclinado a los placeres y que disponía y usaba de los bienes públicos como si fuesen propios; que era traidor, desleal y de aspiraciones tiránicas y contrarias a la ley, que sufría transformaciones más rápidas que el camaleón, y engañaba al pueblo haciéndole creer que el interés general consistía en la satisfacción de sus intereses personales; que gozaba del favor de la plebe: los atenienses transigían y toleraban todos sus abusos y fechorías, y las disculpaban considerándolas chiquilladas o afán de notoriedad. Y cuenta Plutarco, lo cual es muy revelador, que en cierta ocasión en que acudía a visitar a Pericles, le informaron que no podría verlo porque estaba ocupado examinando cómo rendir cuentas a los atenienses, a lo que respondió: ¿No sería mejor que examinara cómo no rendirles cuentas?
Y, tanto uno como otro, Alcibíades y Perro Sánchez, para satisfacer su insaciable ambición de poder, terminaron uniéndose a los enemigos de su patria, a la que combatieron causándole graves daños y perjuicios -y está por ver aún si, en el caso de Sánchez, su exterminio y liquidación-.
Diga ahora el lector si no comparte lo que afirmé al principio, es decir, que el auténtico sosias de Alcibíades no era Coriolano, como creía Plutarco, sino Sánchez, Perro Sánchez, el felón. Y que la biografía de ambos constituye un ejemplo moral ad contrarium: es decir, para evitar más que para imitar. Pues, eso.